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Los juegos de azar son muy populares y entorno a ellos circulan muchas ideas previas, a veces contradictorias. Baste decir que algunos diarios publican las listas de apariciones de cada número en las combinaciones ganadoras de la Bono-Loto y que hay personas que apuestan entonces por el que más veces salió, diciendo: “Estos números traen suerte”. Y que a su vez hay personas que apuestan por los números que menos han salido, argumentando: “Ya les toca salir”. ¿Cuál de las dos formas de pensar es más acertada?.

El siguiente artículo fue publicado en el diario EL PAIS el domingo 3 de julio de 1983. En él se expone un caso que tiene que ver con lo anterior. Léelo con atención y después elabora tu propia opinión.

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 El hombre que “desenmascaró a una tragaperras

 

Un cartero introdujo 680 monedas de cinco duros en una máquina electrónica para demostrar que estaba trucada

Impasible, con la serenidad que le producía el convencimiento de que su actitud era justa, Fernando Hernández, un cartero madrileño de 49 años, depositó, una tras otra, 680 monedas de cinco duros en la máquina. Durante las tres largas horas que duró el combate del hombre contra las frutas y campanitas electrónicas, 17 billetes le 1.000 pesetas salieron de los bolsillos de Hernández, para convertirse en monedas que fueron engullidas por la ranura del artefacto, sin que éste se dignara escupir ningún premio máximo. Entonces Fernando Hernández llamó a la policía y, pese a que le ofrecieron un consuelo de 2.500 pesetas, manifestó su voluntad de presentar denuncia contra aquella auténtica tragaperras. 

javier valenzuela, Madrid.-  Era la primera vez que entraba en aquel bar de la avenida de Rafaela Ibarra y sólo pretendía refrescar la garganta, tomar una cervecita después de varias horas de patearse el madrileño barrio de Usera con la correspondencia de los vecinos a hombros. El trabajo de esa jornada estaba ya terminado y la siguiente, la del día de San Juan, era festiva para los funcionarios. Así que Fernando Hernández respiró satisfecho, dejó su bolsa sobre el mostrador, pidió una caña y dio un vistazo a su alrededor.

El local era estrecho, apenas la barra y poco más, y estaba empapelado con multitud de carteles taurinos. Pero no fueron los carteles los que le llamaron la atención, sino aquella pequeña y solitaria máquina tragaperras situada al comienzo del bar, junto a la puerta, que con su musiquilla reclamaba dinero, dinero, dinero.

El cartero no lo pensó dos veces: metió la mano en los bolsillos del pantalón, sacó las monedas de cinco duros que encontró y empezó a introducirlas por la ranura. Campanas, cerezas, peras y albaricoques giraron y giraron sin concederle ni una peseta. Entonces, Hernández cambió en la barra un billete de 1.000 pesetas, y luego otro, y luego un tercero. Para entonces ya estaba convencido de que el aparato no jugaba limpio y se lo comunicó al camarero. "Él no notó nada raro. Sólo me dijo que hacía un par de días que no salía el premio máximo, el de 500 pesetas".

Fernando Hernández llevaba encima 17.000 pesetas y, a lo largo de tres horas, las fue convirtiendo en combustible metálico para las crueles e insaciables frutas del aparato. Y lo hizo, pura y simplemente, porque quería demostrarle al camarero, al fabricante, a todo el mundo, que su intuición era cierta, que allí había trampa. "No me salió ni un solo premio máximo, sino tan sólo cuatro o cinco de 100 o 200 pesetas".

Bajo de estatura, cargado de espaldas y ancho de estómago, en Fernando Hernández destaca sobre todo su cabeza; grande, calva en la frente y flanqueda por unas melenas rizadas de las que acostumbran a lucir los directores de orquesta. El funcionario es un hombre sosegado que en ningún momento de su peculiar combate contra el juego electrónico perdió los modales. Estaba tranquilo, frío incluso, con el espíritu del que realiza metódicamente un experimento que va a confirmar sus tesis. No menos sereno está ahora, al relatar su historia en el salón de su casa, una pequeña pieza presidida por dos retratos de Juan Pablo II.

El piso del cartero es uno de los ocho que se agolpan en la cuarta planta de un bloque-colmena del barrio de La Elipa. Una fiera perra loba lo comparte con el soltero Hernández. "Mi trabajo es muy duro, toda la mañana cargando con el bolsón, por lo que en el tiempo libre procuro pasármelo bien. Y, bueno, una de las cosas que más me gusta es jugar con las máquinas electrónicas, aunque hasta ahora lo máximo que había gastado de una sola vez eran 5.000 pesetas".

También le gustan los bingos, y cuenta que hace tiempo presentó denuncia contra uno de ellos porque no le habían devuelto el cambio de un billete de 5.000 pesetas.

Yo reclamé mi dinero y me trataron como si quisiera estafarles, y eso no lo admito. Sé que muchos dirán que soy tozudo, pero creo que España funcionaría mejor si todos conociéramos cuáles son nuestros derechos y protestáramos cuando alguien no los respeta".

No quiso que le devolvieran el dinero

La víspera del pasado día de San Juan, Fernando Hernández vivió la última de sus particulares batallas contra los posibles engaños en el juego. Fueron tres horas de titánico enfrentamiento, que asombraron a todos los que estaban en el bar de la avenida de Rafaela Ibarra. Pero cuando el número de billetes que desembolsaba el empeñado cartero empezó a alarmarle, el camarero del bar comprendió que el experimento estaban yendo muy lejos y llamó al mecánico responsable del aparato. "El mecánico me dijo que la máquina estaba bien, que devolvía en premios el 80% de la recaudación y que lo que pasaba era que yo estaba teniendo mala suerte". No le convencieron las explicaciones a Hernández y, ni corto ni perezoso, anunció que iba a denunciar a la policía el hecho de que no hubiera obtenido ningún premio de 500 pesetas después de 680 jugadas.

"Mientras llegaba la policía, el camarero y el mecánico, que estuvieron muy correctos, me dijeron que me veían muy abatido por haber perdido tanto dinero y me ofrecieron 2.500 pesetas si olvidaba el asunto y me iba a casa. No las quise tomar". Al poco, llegó un coche zeta de la Policía Nacional, cuyos ocupantes escucharon lo ocurrido, anotaron los datos del aparato y se llevaron a Hernández a la comisaría de Usera para que formalizara su denuncia. Aquello tampoco convenció al jugador.  

Es que no precintaron la tragaperras para que la brigada del juego confirmara o desmintiera que estaba trucada, y, claro, luego cualquiera puede haberla arreglado", dice Hernández.

"En la comisaría me volvieron a preguntar si retiraría la denuncia en caso de que me devolvieran todo el dinero, y les dije que no, que si me devolvían mis 17.000 pesetas, yo se las daba a cualquier sitio benéfico y seguía adelante para demostrar que aquella máquina no estaba bien". A las seis de la tarde, cinco horas después de haber entrado en aquel bar de Usera que no conocía de antemano, el cartero regresaba a su casa del barrio de La Elipa, con la satisfacción del que ha probado la absoluta perfidia de un poderoso rival.

 

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"No se pueden manipular estas máquinas", aseguran los fabricantes

 J. V., Madrid

"Lamentamos mucho que le ha ocurrido a ese señor, pero su caso es semejante al de aquel que se gasta un millón de pesetas en la ruleta de un casino sin obtener ningún premio. Ha tenido mala fortuna y nada más. Esa es, precisamente, la gracia o la desgracia de los juegos de azar", afirma un portavoz oficial de la empresa barcelonesa que fabricó la máquina recreativa denunciada por Fernando Hernández. "El error de ese señor y de gran parte del público", prosigue la misma fuente, "es pensar que estos aparatos están programados para dar premios máximos cada cierto número de jugadas, y no es así. La máquina puede estar mucho tiempo sin dar un premio y, de repente, otorgar dos, tres o cuatro en un corto número de jugadas. Su funcionamiento es aleatorio".

Según la empresa fabricante, la ley obliga a estas máquinas a devolver a los jugadores, como mínimo, el 65% del total de la recaudación, pero no establece que los premios tienen que aparecer periódicamente. "Nuestras máquinas, debidamente homologadas y aprobadas por la Administración, son imposibles de trucar. En primer lugar, porque están preparadas para ponerse fuera de servicio, de modo automático, al detectar el menor fallo. En segundo lugar, porque las personas que las explotan comercialmente no pueden manipularlas, a no ser que conozcan sus códigos de funcionamiento, que son secreto profesional de las empresas fabricantes".

El premio máximo que otorgan las pequeñas máquinas electróni­cas de frutas fabricadas por la empresa barcelonesa, una de las más poderosas del sector español de juegos recreativos, es de 500 pesetas, y aparece con la combinación en pantalla de cuatro manzanas.

Por su parte, fuentes de la Brigada del Juego de la Policía Judicial han confirmado que la legislación vigente sobre máquinas recreativas no establece que los premios tengan que aparecer periódicamente. "La ley sólo obliga a que estos aparatos devuelvan un determinado tanto por ciento de su recaudación, pero el modo de devolución es puramente aleatorio. Ese porcentaje oscila entre el 65%, mínimo establecido por la ley, y e! 80% usado por la mayoría de los fabricantes", afirman las mismas fuentes.

Todas las máquinas, según la información policial, disponen de dos contadores, cuya manipulación es muy fácil de detectar. Uno de ellos registra el número de monedas introducidas, y el otro, el de monedas devueltas. La policía asegura que el número de manipulaciones, en relación al de aparatos en funcionamiento, es muy pequeño, y estima que en el caso del cartero de Usera sólo hubo mala suerte.

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Para terminar, una reflexión:

En todos los juegos de azar la probabilidad que tiene un jugador de ganar es muy inferior a la de perder. Sin embargo, el organizador del juego gana seguro. Organizadores de sorteos, casinos y dueños de máquinas no necesitan trucar nada; tienen asegurado un porcentaje de ganancia.

Hay quien objetará: "pero no es tan ilógico jugar, porque siempre  hay algún jugador que gana".

Se le puede responder: "también todos los días hay atropellos y asesinatos; pero no por eso dejamos de salir a la calle".

Aplicad la racionalidad y el sentido común a los juegos de azar y... NO JUGUEIS.

 

    

 

 

 

 

(C) José María Sorando Muzás                                                 

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